Aunque el centro de la escena climática lo ocupe el dióxido de carbono (CO₂), el metano es también uno de los grandes destructores del equilibrio de nuestra atmósfera. Tiene más de 80 veces el poder de calentamiento del CO2 -por su estructura química una molécula suya atrapa más calor en la atmósfera que una del otro gas- y, a pesar de que el CO2 tiene un efecto más duradero, el metano marca el ritmo del calentamiento a corto plazo. Si los países reunidos en la COP28 construyen acuerdos para reducir radicalmente sus emisiones la humanidad habrá ganado un respiro y algo de tiempo para lidiar con los demás gases de efecto invernadero. 

Según el Reporte de brecha de emisiones más reciente, que cada año elabora el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el metano es uno de los gases de efecto invernadero en los que menos progreso se ha alcanzado, y si el total de gases que recalientan la atmósfera era en 2022 algo más de 5 por ciento mayor que el promedio de 2010 a 2019, en el caso del metano el aumento alcanzó el 7 por ciento. Esto, sin embargo, quiere decir que hay mucho más de dónde cortar y que hay omisiones que subsanar todavía antes de emprender las acciones más complicadas. 

Entre las principales fuentes de emisiones del metano están la minería de carbón y el sector del petróleo y el gas, y no han dejado de crecer. La cantidad de metano que la industria petrolera lanza a la atmósfera ha permanecido más o menos constante, pero la que lanza el gas prácticamente se ha duplicado en lo va de este siglo, igual que la que se vierte al aire por la minería de carbón.

Con una regulación más exigente y con voluntad se puede lograr la instalación de tecnologías ya existentes que hacen mucho más asequibles las reducciones necesarias. Invertir, además, en investigación y desarrollo y trabajando para hacer más eficientes todos los eslabones del sector energético podemos avanzar un trecho muy importante. 

Reducir las emisiones de metano es la oportunidad más rápida que tenemos para frenar de inmediato el ritmo del calentamiento global, incluso mientras descarbonizamos nuestros sistemas energéticos. Las emisiones antropogénicas de metano podrían reducirse hasta en un 45 por ciento en esta década, y hacerlo evitaría casi 0,3 °C de calentamiento global para 2045, con lo que se podría limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C y encaminar al planeta hacia el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París.